Sobre el envejecimiento
Se acepta que envejecer tiene que ver con el paso irremediable del tiempo, pero, a la vez, envejecer nos muestra que el paso del tiempo no es lineal: para un niño, un adolescente o un joven el paso del tiempo, se asocia al desarrollo y crecimiento de sus capacidades cognitivas, emocionales, físicas, sociales. Digamos que la cosa va para arriba, hace ilusión el hecho de cumplir años e incluso aparentar tener más de los que tiene.
En la madurez, se entiende que se alcanza cierta plenitud, un equilibrio entre el vigor físico, las bondades de la experiencia y el despliegue de las capacidades ya más consolidadas. Digamos que la cosa está su cenit, ni para arriba ni para abajo.
La pregunta surge sola, ¿cuándo empezamos a envejecer?, ¿cuándo la cosa empieza ir para abajo?, ¿cuándo toca lo de quitarse años?
Los sinónimos que nos da la RAE respecto a envejecer son llamativos: avejentar, aviejar, encanecer, avejentarse, ajar, marchitarse, deteriorarse, empeorar, estropearse, gastarse. Todos ellos asociados a un declive y a una pérdida. Visto así ¿quién querría envejecer?
Al parecer biológicamente, ¡se empieza a envejecer a los 20 años!, ¡qué pena no poderles transmitir la expresión de mi hija de 16 años al decirle esto!, ha puesto cara de ´¡pero qué me estás contando, bro!´. A los 20 años decía, dónde empiezan a cambiar los niveles de determinadas coenzimas y factores de crecimiento, aunque nos empecemos a dar cuenta a partir de los 30 años aproximadamente. Es difícil ver a un chaval de 20 años y pensar que está envejeciendo, ¡ni hablar, tan solo se está haciendo mayor!
No obstante, el ritmo de envejecimiento depende mucho, no ya solo de los genes, sino del estilo de vida. Actualmente se nos ofrecen todo tipo de recursos para mantenernos más jóvenes o menos viejos, según se mire: terapias, nutrición, dietas antioxidantes, todo tipo de gimnasias, ejercicios neuronales, cremas anti-age, champús anticaída, etc. Es decir, que se pueden hacer cosas que afectan no al paso del tiempo, pero sí a como el paso del tiempo nos afecta. A ello hay que sumarle el descubrimiento de la neuro-plasticidad de las llamadas personas mayores ¡sus cerebros todavía son flexibles!, la manipulación genética de las células que prometen reducir la velocidad de acortamiento de los telómeros, etc. Todos, cada uno a su manera, intentando hacer posible una nueva versión del curioso caso de Benjamin Button, donde la clave esté en la edad biológica, no ya en la cronológica. Ya hay biólogos moleculares que plantean la posibilidad de que el hombre pueda vivir entre 200 y 300 años lo que implicaría, sin duda, un nuevo modelo social. ¿Se imaginan? Hablaríamos no ya de un tercera y cuarta edad como ahora, sino de una sexta, de una séptima edad, etc.
Lejos queda el «vive rápido, muere joven y deja un hermoso cadáver» de James Dean. ¡Será por frases!, tenemos desde aquella de «la juventud es una enfermedad que se cura con los años» del Premio Nobel de Literatura George Bernard Shaw, hasta el «uno es joven hasta que se muere» atribuida a Pablo Picasso. A mí me gusta la que le decía su abuelo al gran humorista Gila, «nieto, si no se cumple, malo» y es que, frente a un muerto, todos somos siempre jóvenes, independientemente de nuestra edad.
Quizá como humanidad ni siquiera hayamos llegado a la infancia, pero la población va envejeciendo a pasos agigantados. Según la OMS, entre 2015 y 2050, el porcentaje de los habitantes del planeta mayores de 60 años casi se duplicará, pasando del 12% al 22%.
Y así, se va dando una inversión de la pirámide demográfica, un aumento progresivo de la esperanza de vida, y la lógica aparición de la silver economía como un motor clave de crecimiento socio-económico. La tercera edad, situada entorno a los 65 años, se hace apetecible por sí misma como mercado de consumo con sus propias reglas, por su poder adquisitivo, su tiempo libre, sus ganas de experiencias, etc. Son en este sentido, ¡hasta aspiracionales! ¿Pero no habíamos quedado en que no queríamos envejecer? La obsolescencia programada de la tecnología ya no sirve para los humanos, ¡la tercera edad se resiste a ser obsoleta vitalmente!
Un día, escuchaba un programa en que se preguntaba a los niños qué querían ser de mayor y uno respondía, todo dicharachero, que él, de mayor, quería ser jubilado. Hemos pasado de «mamá, quiero ser artista», al «mamá, ¡quiero ser funcionario!» y quizá lo próximo será el «mamá, ¡quiero ser jubilado!». Ser jubilado, ¡pero ya!, ¡no vaya a ser que no lleguemos a las pensiones! Ser jubilado, pero no viejo, jubilado sin que se caiga el pelo, sin incontinencia urinaria, sin diabetes, sin pérdida de audición, sin artritis, sin la piel fina. Quizá tanto en la infancia, en la juventud, en la madurez, como en la vejez, todos estemos en lo mismo, intentando descubrir la vida que hay en la vida. Como le gustaba recordar al divulgador científico Eduard Punset, «hay vida antes de la muerte», ¡y eso vale para cualquier edad!
David García
Consultor estratégico de investigación